jueves, 20 de marzo de 2014

Asamblea Nacional Constituyente: mucho ruido y pocas nueces.

Una consigna atiborra el día de hoy los titulares de prensa y las redes sociales: Asamblea Nacional Constituyente. Desde hace un par de meses, con ocasión del establecimiento de la mesa de diálogos de La Habana, diferentes sectores de la sociedad han puesto sobre la mesa la posibilidad de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente. Para entonces, algunos lo presentaban como la alternativa para refrendar el acuerdo al que llegue el gobierno nacional con las FARC.

Hoy, a propósito del discurso de Gustavo Petro con ocasión de su arbitraria destitución, el planteamiento es diferente. Ahora hay una referencia expresa a la existencia de "instituciones anacrónicas, antidemocráticas y caducas".

Yo me pregunto ¿Es la constitución de 1991 un instrumento para acallar las voces de quienes piensan diferente en el país?  ¿La división de poderes, el principio democrático, el reconocimiento del Estado social de derecho es traído de las cavernas? ¿La libertad de expresión, el derecho a la participación política, el bloque de constitucionalidad es cuestión del pasado? 

Algunos podrían pensar que sí. En mi insignificante opinión no lo es. No porque crea que gracias la constitución Colombia se transformó y ahora es una sociedad justa, equitativa, democrática y garantista - porque no lo es -  sino porque considero que cumple el rol que le corresponde: ser un marco de posibilidades para que todos los discursos políticos, económicos y sociales sean realizables. Si no somos la sociedad que queremos ser, no es por la constitución; es por nosotros mismos. Una sociedad no es más o menos democrática por lo que dice su constitución. Es democrática cuando comprende que un discurso sobre lo que es "justo" o "equitativo" no se puede imponer injustificada y arbitrariamente a toda la sociedad (contrario a lo que hizo el Procurador). 

Ahora. Cuando a los políticos se les llena la boca convocando a una ¡Asamblea Nacional Constituyente! o al ¡Constituyente primario! o a ¡Refundar el Estado colombiano!, siento que todo empieza mal. La espontaneidad es una de las características primordiales de un movimiento constituyente; al poder constituyente no se le convoca, el poder constituyente llega.

Lo evidencio cuando observo el proceso electoral más cercano y encuentro que solo 3 de cada 10 colombianos manifestaron efectivamente su preferencia política (60% de abstención sumado a casi un 10% entre votos nulos y votos en blanco), aún cuando existían representantes muy serios y comprometidos con el cambio institucional del país. Algunos me dirán que precisamente ese 70% es la muestra de que la sociedad no cree en las instituciones del país. Entonces ¿hace cuatro, ocho o dieciséis años, también se estaba manifestando el poder constituyente a través de la abstención?

En el mismo sentido ¿Cómo quieren que se convoque y elija esa constituyente cuando los pocos que acuden a las urnas, o lo hacen con un fusil en la cabeza o lo hacen alentados por las coimas de las máquinas electorales y del gobierno? ¿Cuál se supone que será el proceso que excluirá los votos malditos de los Besailes y Elías? O mejor aún ¿Con quién se deliberará sobre la re-fundación del Estado? ¿Dónde sentarán a Uribe quien también considera que la Constitución de 1991 es anacrónica, antidemocrática y caduca, pues no le permitió reelegirse por tercera vez, cooptar todas las instituciones del Estado y declarar el Estado de Sitio permanente?

Muchos, quienes no tuvimos la oportunidad de vivir con conciencia la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, leemos con pasión y militancia democrática las anécdotas de entonces: Lorenzo Muelas vestido como guambiano aleccionando al establecimiento;
Álvaro Gómez, Horacio Serpa y Antonio Navarro firmando el acta constituyente, etc. Quienes lo vivieron lo recordarán con melancolía. No obstante, la polarización violenta que vive el país podría no ser la mejor consejera para un acuerdo constitucional. Probablemente el ímpetu de las pasiones podría provocar que la Constitución deje de ser un marco de posibilidades para convertirse, como lo diría Hernando Valencia Villa, en una carta de batalla.