miércoles, 15 de enero de 2014

La costosa victoria de Petro

La destitución e inhabilitación de Petro, en definitiva, es un caso que ha suscitado, además de grandes controversias e incertidumbres, la adopción de medidas apresuradas del orden administrativo, político y judicial. Lamentablemente, en este caso, la celeridad no ha sido sinónima de eficacia y precisión, pero sí ha obtenido resultados homólogos, pero adversos, como la ligereza o liviandad en la argumentación.

Desde la resolución disciplinaria de la Procuraduría, seguida por el rechazo de la recusación y ratificación de la decisión, hasta la avalancha de tutelas, la resolución de una de ellas, pasando por el llamamiento  al poder constituyente desde el Palacio de Lievano; todas estas actuaciones han sido concebidas desde la premura del resultado, sin importar la reciedumbre del argumento y la previsión de las consecuencias desfavorables.

Napoleón, quien aportó más a la humanidad como compositor de aforismos que como hombre de Estado, sentenció en un momento de flaqueza del contrario: “Nunca interrumpas a tu enemigo mientras está cometiendo un error”. Y claro, porque la impaciencia de levantar la voz contestataria antes de la construcción y robustecimiento del argumento, opaca y ensombrece la magnitud de los yerros que el rival puede estar cometiendo; además potencializa las probabilidades de interrumpirlo antes de que cometa el error más grande. En el silencio, en cambio, no hay palabras de las cuales arrepentirse. Es muy difícil rectificar una actuación y reencauzar el rumbo del discurso cuando el oponente observa sosegadamente.

En Bogotá pareciera que en este conflicto discursivo e ideológico, el cual es admisible y necesario para una democracia que se jacta de ser pluralista y abierta, el único que atiende la sentencia napoleónica es el Procurador quien, sin nada que arriesgar, ve desde las ventanas de la sexta con Jiménez cómo sus rivales cometen errores.

Y Petro no se equivoca al considerar que la decisión disciplinaria es arbitraria, injusta y desproporcionada. El Alcalde, y por supuesto sus seguidores, se equivocan es en la elección de los medios y la construcción del argumento que busca subsanar las aberraciones del Procurador.

Acude al sistema interamericano de derechos humanos a buscar una protección multinivel de sus derechos fundamentales aduciendo que en el Estado colombiano no encuentra garantías para ello. Pero de forma concomitante atiborran de expedientes los despachos judiciales (cerca de 1500 tutela fueron presentadas para objetar la resolución disciplinaria) en una jugada estrategicamente riesgosa desde el punto de vista jurídico.

Básicamente por dos razones. En primer lugar, porque pone en controversia la gravedad, urgencia e irreparabilidad del daño que se le está causando, toda vez que al día de hoy (sin existir un pronunciamiento sobre las medidas cautelares de la CIDH) el perjuicio ha sido reparado, aun cuando sea provisionalmente. Y en segundo lugar, porque la “tutelatón” suscitó un pronunciamiento judicial inconsistente que, si bien logró suspender los efectos de la decisión disciplinaria, sus defectos y debilidades a nivel argumentativo son profundos (no dejar de revisar el análisis de la Silla Vacía al respecto) y aumenta las probabilidades que  la sala que deberá definir la primera instancia, en la segunda instancia o en la posible selección que haga la Corte Constitucional de ella, se revoque la decisión. Esto traerá como consecuencia un posible pronunciamiento adverso por parte de este último tribunal, el cual afectará la cosa juzgada y por consiguiente la expectativa de una tutela de los derechos fundamentales de Petro y sus tutelantes seguidores.

A lo anterior debe sumarse las consecuencias, no previstas pero previsibles, del hecho que sea el Consejo de Estado el que conozca en segunda instancia el proceso instruido por el Tribunal Administrativo de Cundinamarca. No se puede olvidar algo que es de amplio conocimiento por la opinión pública  y es que el Consejo de Estado se encuentra cooptado por un sector más cercano a Ordoñez que a la justicia y ello podría afectar sustancialmente la imparcialidad en la decisión.

Lo preciso hubiera sido, sacrificar el afán y la premura por la sobriedad y la calma para, así, construir una estrategia jurídica fuerte, concisa y sólida que, por su carga argumentativa y no por su prioridad mediática, hubiese logrado un fallo inexpugnable e inquebrantable para que, en caso de querer hundirlo, la única forma fuera el desconocimiento del Estado de derecho. Y por supuesto, no interrumpirlos mientras cometen un error. Ahora no. Se obtuvo un resultado favorable para las pretensiones de Petro y sus seguidores, pero con un pronunciamiento indefendible.


Lo anterior demuestra que el ímpetu de las pasiones puede no ser el mejor consejero para asumir un discurso riguroso y robusto sobre afectación de los derechos fundamentales, pues mientras la Plaza de Bolivar ruidosa exige y reclama justicia - cualquier justicia -, en la quinta con Jiménez su fastidioso y nefasto habitante guarda silencio esperando que el siguiente sea un equívoco de mayores dimensiones.